Para quien esto escribe, el hombre recibió de Dios
inteligencia y la capacidad de obrar de acuerdo a su libre albedrio, según las
circunstancias y aplicando los valores que le permiten la convivencia con sus
semejantes y en general con su entorno. El uso de la inteligencia ha permitido
el desarrollo del ser humano en sociedad, obteniendo importantes logros que le
han permitido llegar a la luna y viajar al espacio, con misiones consideradas casi
imposibles y que han ampliado notablemente el conocimiento del hombre.
Desafortunadamente estos avances han traído consigo innumerables
ingenios de destrucción, que irracionalmente han sido usados para satisfacer
mezquinos intereses de algunos países y en ocasiones de grupos empresariales y
financieros. En este año del 2014 se conmemora el inicio de La Primera Guerra
Mundial, una de las guerras más sangrientas y torpemente dirigidas por
militares que estaban dispuestos a gastar los recursos humanos, como si no
tuvieran valor. Las batallas del Marne y la de Verdun, son un ejemplo de dicho
concepto.
Desde la comodidad de sus despachos y mirando mapas, los
altos jefes decidían mover miles de tropas en batallas de desgaste, tropas que rápidamente
se convertían en cadáveres de hombres jóvenes en la flor de la edad, rompiendo familias, ilusiones y sueños. Únicamente se
necesitaron 20 años para que se iniciara otro conflicto de tal dimensión, que
fácilmente opacó a La Primera Guerra Mundial, me refiero al conflicto que
comenzó el día uno de septiembre de 1939, conocido como La Segunda Guerra
Mundial, de dimensiones en muertos y daños
verdaderamente monstruosas. Han seguido guerras en Corea y en Vietnam e
innumerables conflictos de menor escala en diversas partes del mundo, todos
ellos con sus consecuencias de brutalidad e inhumanidad; que parece ser la
esencia de la guerra.
En estos días estamos enterándonos de una guerra de menor
escala, pero no por ello exenta de los horrores propios de un conflicto, me
refiero al que pareciera no tener fin, el de los israelíes y los palestinos.
Resulta difícil decir quien tiene la razón y quien es el malo y quien el bueno;
este conflicto tiene profundas raíces que se pierden en la obscuridad de la
historia, siendo lo más trágico que ambos son descendientes de tribus semitas y
únicamente separados por sus creencias religiosas.
Los medios de comunicación nos permiten casi inmediatamente
enterarnos de las noticias de esta confrontación y es evidente que el ejercito
israelí lleva las de ganar y ha
destruido edificaciones civiles causando muchos muertos, desgraciadamente
civiles la mayoría. Israel ha reaccionado a los constantes lanzamientos de
cohetes por parte de Hamas, grupo extremista palestino y en cierto modo esto
justifica la reacción judía, pero es una reacción asimétrica, fuera de toda
proporción.
El grupo guerrillero Hamas se ha convertido en experto en
iniciar conflictos con Israel y con la respuesta de este último, siempre
violenta, hacer el papel de victimas del sionismo y proclamarlo al mundo
entero. Aunque hay que hacer notar que se han encontrado cohetes en escuelas
patrocinadas por la ONU, lo que habla mal del grupo Hamas. No cabe duda de que
en un conflicto como este siempre hay inocentes que pierden la vida y muy
lamentablemente mujeres y niños ajenos al conflicto; a esto hay que sumarle la
destrucción de edificios, hospitales e infraestructura, cosa que viene a
deteriorar la pobre economía de la Franja de Gaza.
El ejercito israelí se compone de jóvenes de alrededor de los
veinte años, que aun con la atenuante de defender a su país van a quedar
marcados con el trauma de la guerra, que no es poca cosa. Las victimas son de
ambos lados. Dios ha de derramar lagrimas al ver que en la tierra santa se
cometen estas atrocidades entre medios hermanos, recordando el pasaje de las
escrituras relativo a Agar e Ismael, vemos que eso son.
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